jueves, 17 de febrero de 2011

Ecado IV

Vuelvo a mí, al desconocido que me habita, al extraño/a que mora transitoriamente por mi cédula, por mis rituales, por mi vivienda. Me habitúo a él, me acostumbro a ella. La voz me parece conocida, los pensamientos iguales, el hueco irreconocible. Sin embargo se trata de mí, de él-la (pronúnciese él-ya), de mi hueco, de ese espacio vacío al que no me acostumbro ser, de esas voces diáfanas que piensan primero que yo lo que pienso, que me piensan y me dicen que recorte los adjetivos posesivos, que elimine las pertenencias, los gerundios, la estúpida idea del yo. Sobre el crimen de mi mismo, esa voz esconde el cadáver y toma posesión del muñeco. Simula habitarlo, vivirlo, ser su alma. En suma, reemplaza su identidad con una pretendida simulación de lo que era. Solo quedará el recuerdo de algo que no se si tengo o tuve.