viernes, 16 de noviembre de 2007




Posted by Picasa

LA INVENCION DE BOREL

El mundo real es un conjunto de objetos y entes. Por ejemplo: un lápiz, una hoja, tres monedas, una copa, cigarrillos, fósforos, una lámpara. Habitamos en un mundo de cosas inertes. Mundo hueco. Mundo opaco, inanimado, triste, monótono. Mundo donde las cosas se acostumbran a un nombre que es nuestro, no de las cosas. ¿Es esto, (señalando) en realidad, un lápiz? ¿es que el lápiz se llama lápiz a sí mismo? ¿y quién le dice lápiz al lápiz, lápiz? Nosotros, por supuesto, que tampoco tenemos nombre, sino que nos lo han puesto. María es el nombre que le dieron los padres de María. Pero María ¿se llama a sí misma María? Sólo en esos estados de éxtasis o aburrimiento, donde ya verdaderamente no sabemos quien somos, donde hemos alcanzado tal grado de extravío que nos damos ánimo o nos reprendemos sin saber muy bien porque nos damos ánimo o nos reprendemos, nos decimos por ejemplo: ¡vamos José! cómo si de nosotros mismos se tratara cuando sabemos que en realidad, o al menos en mi caso, yo no me llamo José sino ¿yo?

Tenemos, entonces, un mundo de cosas cuyos nombres se convencionan y un mundo de hombres cuyos nombres nos deshabitan. La cosa innombrable y el sujeto tácito. Está pero no sabemos cuál es. El, yo, nosotros, vos ¿qué importa? Lo que voy a narrarles ahora es el pasaje de esta vida sin nombre a los nombres con vida, el tránsito de la desazón a los colores, de la palabra hueca a la palabra mágica, del desencanto diario a la magia cotidiana.

Cae la tarde por mi ventana,

son las seis.

Mudas, bajo una luz muy tenue,

las paredes,

Lisas y blancas, en mi tedio

me acompañan

No hay nadie aquí. Sólo un momento

derramado

en mi vivir. Un vacío que arde

en el aire

como prolongación de una angustia

sin motivos.

Ahora veo el equilibrio oculto

de las cosas

Sus silenciosas correspondencias

van girando

en busca de un nombre que las nombre;

transparencias:

todo lo que digo es lo que veo, es

lo que siento.

Se rompe el hechizo: por la puerta

alguien entra.

Magenta, estás sola. Rodeada por cosas, tal vez, más solas aun. Cada cosa ocupa un espacio. El lápiz el espacio del lápiz, el libro el espacio del libro. ¿Y vos? ¿Cuál es el espacio que te corresponde? Ahí no, porque ocupás el de la silla. No, allí tampoco, es el de la lámpara. Ocupás un espacio ya ocupado, respirás un aire ya respirado y creés, sin embargo, ser mas que una mosca, una moneda o una botella. Ni siquiera podés mantener el equilibrio. Sólo sos un cuerpo grave que cae, que cae, que cae...

Truco de la botella

Deberías desaprenderlo todo Magenta. Es mas fácil. Primero...

Tendrás que aprender a clausurar tu boca.

A elegir con precaución determinadas palabras.

Así, por ejemplo, cuando digas odio

Tus ojos comenzarán a arder lentamente,

Despacio, casi con pureza.

O cuando digas adiós

Tus manos comenzarán a contornear el aire

A dibujar los bordes transparentes

Que deja la ausencia de un cuerpo.

Y así, poco a poco,

Serás nube cuando digas viento,

Tierra cuando digas mar,

Mujer cuando digas poesía.

Sólo cuando digas tu nombre,

Las palabras se romperán violentas

Y serás por un instante vos mismo

Tenés que aprender a clausurar tu boca.

Eso es Magenta, así está mejor. Después debés darle poesía a tu vida, magia a tu entorno. Mirá a tu alrededor Mag. Es mas lindo decir Mag ¿no? ¿No hay nadie allí? Mejor inventalos, imaginalos. Dejate llevar por tus deseos más remotos, por tus más antiguos temores. Dejalos que se entrecrucen, que se ramifiquen, que se entrelacen. Dejá que ellos conviertan a tu sistema nervioso en redes de esquizofrenia, a tu sistema circulatorio en canales de deseo. Seguí tu máxima de acción: sé tu acueducto.

Por donde pasa tu dicha estéril y por donde ruedan tus lágrimas turbias.

Por donde callas tu nombre descolorido o por donde quedan tus horas huérfanas.

Por donde citás conjuros inútiles y por donde nacen tus libros sediciosos.

Por donde caminás claramente a oscuras o por donde repitís tus ecos falsos.

Por donde nadie te quiere ni no te quiere, por donde sangra tu herida desgastada.

Permanecé, aun a todos los cambios.

Permanecé mudo.

Contá tus útiles Magenta. Pasá lista a todas tus cosas: el lápiz, el libro, los fósforos, las monedas. ¿Están allí Magenta? ¿Son una, dos o tres? ¿Estás segura Magenta? Veamos: el lápiz a tu derecha y el libro a tu izquierda ¿no es así? Ahora intentá escribir en el libro un nombre y que ese nombre sea el de una muchacha. ¿Podés, con sólo un nombre, hacer brotar de las hojas de un libro las delicias de una mujer en llamas? ¿O, - más fácil aun - podés hacer de una moneda algo no tan duro? ¿No podés verdad? Pero no te preocupes. Verás, haz automatizado demasiado a tus ojos, haz adormecido durante mucho tiempo a tus sentidos y querés, en un instante, resolver todos los enigmas, dilucidar todas tus incógnitas. No es tan fácil Magenta, no es tan fácil. Las cosas nunca son como deseamos que fuesen. Aprendé de la derrota, tampoco es demasiado blando lo blando, tampoco es demasiado frágil lo frágil...

Truco de las monedas

Fumá Magenta, hacé que se astille tu garganta. Las preguntas son un manojo de espadas que penden de tu cabeza pero no puedo, no podés dejar de hacértelas. ¿Quisieras Magenta, acaso, tan sólo con el leve brillo de esta pobre llama iluminar de noche a las palabras?. Y más aun, ¿te atreverías a encantar al universo?

(Acá me gustaría hacer el truco de la bola que flota pero con el mapamundi)

Escuchá Magenta: La poesía es magia. Magia de la palabra. El hechizo de la sucesión verbal. Un conjuro de nombres propios. Escuchá, Magenta, escuchá: ¿Cuál es el límite de un lenguaje, el extremo de las palabras? ¿hasta donde pueden seducir tus palabras? ¿hasta dónde pueden llegar a fascinar?

entre la magia y la poesía existe un flujo y reflujo constante; la poesía descubre correspondencias y analogías que no son extrañas a la magia para producir una suerte de hechizo verbal, al mismo tiempo, el poeta se sirve del poema como una talismán mágico, literalmente capaz de metamorfosearlo. Lo específico de la magia consiste entonces Magenta, en concebir al universo como un todo en el que las partes están unidas por una corriente de secreta empatía pero en la que todo tiene afán de salir de sí mismo y transformarse en su próximo o su contrario: esta silla puede convertirse en árbol, el árbol en pájaro, el pájaro en muchacha, la muchacha en grano de granada que picotea otro pájaro en el patio de un palacio persa.

El objeto mágico es siempre doble o triple y alternativamente se cubre o se desnuda ante nuestros ojos, ofreciéndose como lo nunca visto y lo ya visto. El objeto mágico abre ante nosotros su abismo relampagueante: nos invita a cambiar y a ser otros sin dejar de ser nosotros mismos. La magia, al fin, se libera de los trucos, encarna en nosotros hasta hacernos verdaderamente otros. Por eso Magenta, no nos basta ya la contemplación, queremos participar del acto sin trucos, ser el poema mismo.

En estas circunstancias, Magenta, volver a la magia no quiere decir restaurar los ritos de fertilidad o danzar en coro para atraer la lluvia, sino usar de nuevo los poderes de exorcismo de la vida: restablecer nuestro contacto con el todo y tornar erótica, eléctrica, nuestra relación con el mundo. Tocar con el pensamiento y pensar con el cuerpo. Abrir las compuertas, recobrar la unidad. Asimilar, en suma, la antigua y aun viviente concepción del universo como un orden amoroso de correspondencias y no como una ciega cadena de causas y efectos.

mientras tanto en soledad, Magenta, mordé tus palabras, comete todos tus deseos como te mordés las orejas o te peinás los dientes. Aprende a hechizar, practicá con las cosas más comunes, hacé de cuenta que en realidad es lo mismo mover un paraguas o un trasantlántico, que es más fácil volverte superstar que pedir prestado, fingir soberbia que decir te amo.